A veces los videojuegos no vienen a gritar. No pretenden revolucionar géneros, ni epatar con fuegos artificiales, ni forzar una narrativa tan grande que se trague al jugador. A veces vienen a susurrarte. A darte una taza caliente, una melodía suave y un mundo pequeñito en el que perderse durante un rato. Hotel Galactic, lo nuevo de Ancient Forge, es exactamente eso. Una promesa tímida, una historia entre polvo estelar y muebles por montar, y una experiencia de gestión que, al menos en este primer acercamiento, llega con muchas virtudes… y no pocos lastres.
Tras unas horas con su acceso anticipado en PC, estas son mis primeras impresiones: una mezcla de fascinación visual, calidez temática, pero también de sistemas aún por madurar. Como ese hotel que nos toca restaurar: lleno de encanto, aunque todavía a medio hacer.
Impresiones Hotel Galactic: un refugio perdido en las estrellas

La premisa de Hotel Galactic tiene algo de fábula y algo de memoria perdida. Encarnamos a un viajero —una suerte de huésped espiritual con vocación de gestor— que aterriza en un hotel abandonado, flotando entre asteroides y enredaderas alienígenas. Nos recibe Gustav, un anciano afable con un pasado enredado en recuerdos, quien será tanto guía como motor emocional de esta historia.
Desde el primer minuto, la ambientación lo es todo. El juego no necesita tutoriales grandilocuentes ni cinemáticas cargadas de texto. Basta con un plano suave del edificio, cubierto de polvo cósmico, y la calidez de sus luces aún encendidas, como si esperara nuestro regreso desde siempre. Es un título que no empuja, invita. Que no corre, flota.
Pero tras esa bienvenida amable, llegan las herramientas: escoba en mano, plano de construcción y un buen montón de tareas por delante. Y es aquí donde empieza a asomar la verdadera naturaleza del juego: una mezcla de gestión, decoración y microhistoria, todo envuelto en una estética de cuento que bebe sin complejos de la animación japonesa más evocadora.
El arte como carta de presentación

Uno de los aspectos más celebrables de Hotel Galactic es su estilo visual. No se trata solo de un buen diseño artístico, sino de una intención. Los escenarios parecen pintados a mano, con colores pastel que no saturan, y una dirección de arte que huye de la espectacularidad para abrazar lo cotidiano. Todo parece blando, suave, incluso los botones del menú parecen acolchados.
Los personajes —extraterrestres de formas redondeadas, criaturas que parecen mascotas estelares— tienen un diseño sencillo pero efectivo. No buscan complejidad, sino expresividad. En especial los trabajadores y huéspedes que se van incorporando a la historia: cada uno tiene pequeños gestos, miradas, frases sueltas que les dan más vida que muchos juegos con miles de líneas de diálogo.
Y qué decir del sonido: la banda sonora es discreta, pero muy eficaz. Melodías ambientales, notas de piano flotantes, cuerdas que aparecen en el momento justo. Es un juego que se escucha como si tuvieras una radio encendida en otra habitación. Lejos, pero reconfortante.
Una gestión que empieza con amor… y se enreda

Entrando ya en materia jugable, Hotel Galactic se presenta como un simulador de gestión, pero desde una perspectiva más narrativa y pausada que técnica. Nuestro objetivo es restaurar el hotel, habitación a habitación, tarea a tarea. Empezamos barriendo escombros y recolocando muebles, pero pronto pasamos a cocinar para los huéspedes, construir nuevas instalaciones, investigar mejoras y gestionar recursos como madera, tejidos o energía.
Durante las primeras horas, esta progresión resulta gratificante. La curva está bien medida: desbloqueas herramientas justo cuando empiezas a necesitar variedad, y cada pequeño paso —como añadir un sofá funcional o colocar una lámpara en el rincón adecuado— ofrece una recompensa visual y emocional. Se nota el esfuerzo por hacer que cada decisión tenga una representación tangible. No es un Excel disfrazado de juego: es un entorno que reacciona a tus acciones.
Pero conforme avanzas, empiezan a aparecer las grietas. Las tareas se multiplican y el sistema de gestión no siempre responde con la fluidez que desearías. Los trabajadores, por ejemplo, solo pueden llevar un objeto a la vez, y su inteligencia artificial es torpe: a menudo se bloquean esperando el ascensor, se quedan parados sin razón aparente o repiten trayectos ineficientes.
A esto se suma una interfaz que, aunque elegante en lo estético, no siempre resulta funcional. Cambiar entre tareas, abrir el inventario o planificar construcciones requiere más clics de los necesarios, y no siempre hay feedback claro sobre qué está ocurriendo. Hay momentos en los que el juego parece pedirte paciencia… pero sin darte herramientas para que esa espera se sienta parte del viaje.
Cocina, ciencia y decoración: el corazón del hotel

Más allá de la gestión básica, Hotel Galactic introduce varios subsistemas que añaden profundidad —y también carga— a la experiencia. El primero es la cocina, que permite preparar recetas para los huéspedes en función de sus gustos y especies. No es un minijuego de acción al estilo Overcooked, sino un sistema más contemplativo: eliges ingredientes, combinas y observas el resultado.
Aquí hay potencial. Las recetas están bien pensadas, los efectos sobre los visitantes son sutiles pero útiles, y hay margen para experimentar. Pero de nuevo, el proceso es algo engorroso: recolectar los ingredientes requiere moverte manualmente por el entorno, sin ayudas de automatización, y preparar un plato implica varios pasos redundantes. Es inmersivo, sí, pero también puede volverse tedioso.
También está el árbol de investigación, que desbloquea mejoras tecnológicas y decorativas. A medida que progresas, puedes construir nuevas alas del hotel, añadir zonas de relajación, habitaciones temáticas o incluso jardines orbitales. Y este es, quizás, el aspecto más satisfactorio del juego: ver cómo un lugar vacío se transforma lentamente en un refugio acogedor, lleno de luz y color.
La decoración, de hecho, no es solo estética: afecta al ánimo de los personajes, a la puntuación del hotel y a la satisfacción de los huéspedes. Y aunque colocar cada objeto requiere precisión y algo de paciencia, el nivel de personalización es generoso. Puedes crear un rincón de meditación rodeado de plantas flotantes, una cafetería con vistas a la nebulosa o una sala de juegos llena de cojines antigravedad.
El ritmo de la gestión: cuando lo pausado se vuelve fricción

Uno de los retos más visibles que enfrenta Hotel Galactic en este primer contacto es el equilibrio entre su naturaleza relajada y la necesidad de mantener un ritmo constante. Desde el diseño, el juego apuesta por lo contemplativo, por ese tipo de gestión que no abruma, que te deja planear tu espacio, decidir el orden de las tareas y disfrutar de los pequeños progresos sin presión de relojes o cuotas. Y durante las primeras horas, ese planteamiento funciona. El juego se siente como un paseo por una estación orbital abandonada que vuelve a respirar.
Pero pasado ese primer impacto, el ritmo empieza a acusar cierta falta de respuesta del sistema. El progreso se vuelve lento no por diseño narrativo, sino por limitaciones mecánicas: el número de trabajadores es escaso, los trayectos largos, la carga de tareas crece pero el juego tarda en darte formas de aliviarlas. Acciones tan sencillas como trasladar un mueble o preparar una habitación implican una cadena de pasos que deben repetirse manualmente, y que en muchos casos podrían automatizarse sin perder alma.
La interfaz, además, no ayuda a aligerar la carga. Si bien es visualmente coherente con la estética del juego —limpia, clara, con botones redondeados que parecen sacados de un manual escolar de navegación estelar—, su usabilidad aún tiene camino por recorrer. La gestión de los trabajadores, los menús contextuales o la planificación de construcciones requieren más clics de lo necesario y, en ocasiones, respuestas más precisas.
El resultado es una fricción constante: el juego no quiere ser exigente, pero a veces lo es por accidente. Y ahí aparece el dilema: ¿hasta qué punto debe un juego cozy sacrificar comodidad en favor de inmersión? Porque si todo es tan manual que acaba ralentizando la experiencia, el viaje pierde fuerza. Y Hotel Galactic, con todo su encanto, aún necesita encontrar ese punto dulce entre lo relajante y lo práctico.
Un acceso anticipado honesto pero verde

En su estado actual, Hotel Galactic se presenta como un título en construcción. No solo desde el punto de vista argumental —la historia avanza por actos y ahora solo está disponible el primero—, sino también desde lo sistémico. El juego tiene una estructura robusta, sí. El esqueleto está ahí: ambientación lograda, sistema de construcción funcional, personajes con carisma, un mundo que invita a quedarse. Pero muchas de las piezas clave aún están sin colocar.
Faltan opciones de automatización, de optimización en la IA, de control directo sobre los trabajadores. Faltan también pequeños detalles que convierten una gestión en experiencia: eventos aleatorios, decisiones morales, cadenas narrativas entre personajes, relaciones entre huéspedes… Todo eso llegará —o al menos, esa es la intención—, pero ahora mismo, en este acceso anticipado, el juego ofrece más promesas que certezas.
El estudio ha sido claro con sus intenciones: irá incorporando contenido de manera progresiva, con actualizaciones regulares que amplíen tanto la historia como las mecánicas. Habrá nuevas especies visitantes, más recetas, herramientas de gestión más profundas y, sobre todo, mejoras de calidad de vida que ayuden a pulir los bordes del juego. Es un plan ambicioso, y confiamos en que sepan ejecutarlo. Pero a día de hoy, el jugador que entre en este hotel debe saber que está reservando una habitación en obras.
Una última mirada: el eco de lo que puede ser

Pese a todas sus limitaciones, hay algo en Hotel Galactic que permanece. Una especie de nostalgia anticipada. Como si, en lugar de estar simplemente jugando a un simulador de gestión, estuviésemos visitando un lugar que ya existía antes de que llegáramos. Hay magia en la manera en que la luz se cuela por las ventanas redondeadas del hotel. Hay calma en los silencios entre tareas. Y hay verdad en esa historia de un anciano que no quiere dejar morir su legado, y de un viajero que, sin saber por qué, decide quedarse a reconstruirlo.
En ese sentido, el juego logra algo valioso: apela a lo emocional sin necesidad de grandilocuencias. Cada habitación decorada es una muestra de cuidado. Cada huésped satisfecho, una pequeña victoria. Y aunque todavía queda mucho por construir —narrativa, mecánicas, fluidez—, lo que hay tiene alma. Y eso no siempre se encuentra en un acceso anticipado.
Como jugador, hay momentos en los que me he sentido como ese tipo de visitante que se apunta a un hotel recién inaugurado, sabiendo que puede que no todo funcione, que puede que el agua caliente aún tarde en salir. Pero que, aun así, decide quedarse, porque ve algo especial. Una promesa. Y esas son las estancias que, con el tiempo, más se recuerdan.
Conclusiones finales

Hotel Galactic es, hoy por hoy, un proyecto a medio camino. Tiene una dirección de arte sobresaliente, una ambientación acogedora y una base jugable que, con el tiempo, puede convertirse en algo realmente único. Pero también arrastra fallos de ritmo, carencias mecánicas y un exceso de tareas manuales que pueden lastrar la experiencia si no se ajustan a tiempo.
Para quienes busquen una experiencia relajada, sensible y con vocación narrativa, el juego ya ofrece algo valioso. Pero para quienes esperan una gestión compleja o un producto pulido, quizás lo mejor sea esperar unos meses más.
Al final, como el propio hotel que da nombre al juego, este título es un lugar que todavía se está construyendo. Y depende de cada uno decidir si quiere formar parte del equipo que lo restaura… o si prefiere volver cuando las luces ya estén encendidas.
Las impresiones han sido realizadas en PC.

