ANÁLISIS EVERDARK UNDEAD APOCALYPSE
Lanzado el pasado 24 de octubre en PC y consolas, Everdark: Undead Apocalypse me dejó esa sensación tan particular de estar jugando a algo que no pretende reinventar nada, pero que sí tiene muy claro qué quiere provocar en el jugador. Desde el primer minuto, cuando despiertas en esa ciudad devorada por la noche eterna, sentí que el juego buscaba atraparme más por la atmósfera que por la historia. Y funciona. La niebla densa, los callejones húmedos, el eco metálico de mis pasos… todo me metió de lleno en un terror muy ochentero, de esos que mezclan gore sin tapujos con un humor negro casi autoparódico.
Lo primero que me sorprendió fue el ritmo del combate. Disparar no basta para matar a los vampiros, y eso lo cambia todo. Puedes vaciarles un cargador en la cara y, aun así, siguen avanzando hasta que te atreves a acercarte para clavarles la estaca. Esa decisión (avanzar hacia el enemigo en lugar de retroceder) condiciona cada enfrentamiento. Muchas veces me encontraba planificando mentalmente: “vale, dos tiros para aturdir, esquivo a la derecha, estaca y salgo corriendo”. Esa mezcla de tensión constante y vulnerabilidad me recordó a los survival horror clásicos, donde cada paso, cada bala y cada error se paga caro.
También aprendí rápido que la ciudad no te regala nada. La munición escasea, los botiquines parecen reliquias y, cuando por fin encuentras algo útil, sabes que probablemente lo necesitarás cinco minutos después. Eso, que a veces puede resultar frustrante, a mí me mantuvo muy enganchado. La sensación de estar siempre al límite, siempre un poco por debajo de lo que realmente necesitas para sentirte seguro, hace que cada avance sea un pequeño triunfo. Incluso los puzles (que son más simples que desafiantes) se sienten como ese respiro que te permite recolocarte antes de volver a la tensión.
En lo visual, Everdark me pareció una carta de amor al terror de los 80, pero pasada por un filtro moderno. No busca realismo absoluto, sino transmitir suciedad, decadencia y esa sensación viscosa que acompaña cada escenario. La iluminación funciona muy bien: luces que parpadean, sombras que parecen moverse y rincones que no quieres explorar… pero lo haces igualmente porque sabes que quizá haya munición. El sonido también acompaña: guitarras distorsionadas, respiración entrecortada, gruñidos que te ponen en alerta incluso cuando no ves a nadie. Si algo me sacó un poco, fue el doblaje; cumple, pero no llega a rematar la atmósfera tan bien como el resto del apartado técnico.
Siendo honesto, la historia se me quedó algo corta. Está ahí para contextualizar la acción, no para ser protagonista. Notas, pequeños diálogos y alguna escena puntual ayudan a construir el misterio, pero nunca sentí que el relato fuera muy importante. Aun así, no me molestó demasiado porque Everdark es, ante todo, una experiencia sensorial y mecánica, no un drama narrativo. Y como capítulo inicial de un universo más grande, cumple: abre puertas más que cerrarlas.
En definitiva: terminé Everdark con la sensación de haber sobrevivido a algo crudo, intenso y deliberadamente clásico. No es un juego para quien busque profundidad narrativa o acción ligera, pero si lo que quieres es tensión, supervivencia y ese sabor retro de violencia y oscuridad, la experiencia vale cada minuto. Y, al menos en mi caso, me dejó con ganas de ver hasta dónde puede llegar en futuras entregas
