Análisis Shadow Labyrinth: un metroidvania que bebe de la serie y que busca darle un pasado al personaje de Pac-Man en tu PS5. Bandai Namco nos trae en 2025 una jugada arriesgada: convertir a una leyenda de los salones recreativos en un oscuro y atormentado metroidvania. Shadow Labyrinth nace del inquietante corto animado Secret Level: Circle (2024), y aterriza en PS5 como una relectura retorcida de Pac‑Man. Aquí no buscamos bolas amarillas devorando puntos en pantallas coloridas, sino pasillos sombríos, biomas alienígenas y una narrativa fragmentada que empuja a cada paso la sensación de … ¿por qué todo ha llegado a esto?
Encarnamos a Espadachín Nº 8, un viajero silencioso que despierta en un planeta devastado. A su lado, Puck, un orbe flotante que no es otro que el espíritu reversionado del mítico comecocos. Juntos, exploran corredores llenos de reliquias, tecnología y cuerpos corruptos. Nuestro cometido: parar una inteligencia artificial decadente mientras descubrimos nuestro rol en una historia tejida con pedazos de guerra intergaláctica, traición y legado. Una premisa insólita: que funciona, para casi todos.
Análisis Shadow Labyrinth: la sinfonía oscura de la exploración

Basta adentrarse unos minutos en el primer entorno para darse cuenta de que esto no es otro metroidvania que imita la plantilla. Shadow Labyrinth mezcla estructuras laberínticas, casi claustrofóbicas, con una verticalidad que recuerda a títulos como Metroid Dread, Hollow Knight o Aeterna Noctis, pero lo sazona con fases en raíles donde Puck asume el protagonismo, recreando la sensación de laberinto que definía a Pac‑Man. Y sí: funcionan.
La primera hora transita entre tutorial implícito y descubrimiento. No hay textos ni tutoriales superfluos: cada nueva habilidad —gancho, doble salto, dash aéreo— se integra con pulso, pero a veces tarda en sentirse válida. Los primeros combates son simples, con esquivas y parries aún desconocidos. Pero a medida que avanzas, la progresión cobra forma; casi siempre con un golpe visual: ya sea una formación metálica corroída, un templo alienígena, residencias vacías… Shadow Labyrinth sabe sugerir historia sin necesidad de un texto explicativo. Una virtud en tiempos saturados que agradecerás cuando el ritmo cojee.
Puck y tú, dos mitades de un todo

El núcleo jugable se apoya en tres pilares:
-
Combate con espada: embiste con cortes y bloqueos, más tenso que inventivo. Los jefes, cuando suben de nivel, retan el timing y el memorizar patrones; otros sin embargo se resuelven con el mecha GAIA—un modo de fusión explosiva disponible en momentos puntuales.
-
Exploración classic‑Metroidvania: accesos bloqueados, atajos secretos y un mapa que invita a perderse. Cada zona recompensa la curiosidad, aunque en tramos intermedios la sensación de «andanza por pasillos» se haga pesada.
-
El ecosistema Puck: fases en raíles, transformaciones, habilidad para devorar enemigos y obtener materiales —en claro homenaje al original— dan frescura. No solo resetean la exploración: obligan a pensar el entorno en clave dual. Sencillo en la superficie, profundo en su interacción.
Hay decisiones atrevidas: mechas temporales, perks configurables en nodos (muy al estilo Hollow Knight), management de recursos… Pero también ciertas aristas abruptas: el GAIA es poderoso, pero en bosses puede trivializar el desafío; y al principio, las mejoras tardan en marcar una verdadera diferencia jugable.
Narrar en sombras: una historia que murmura

A nivel narrativo, Shadow Labyrinth bebe del ciclo de The Swapper o SOMA: ambiente, registros, fragmentos de información y silencio. Hay diálogos crípticos con Puck, ecos de lo que pasó, vestigios de un conflicto interplanetario… Todo contado sin cinemáticas grandilocuentes ni anuncios pop. Solo tú, un planeta hostil y la pregunta latente: ¿qué mierda es este lugar?
Resulta desconcertante en su discurso. La relación entre Espadachín y Puck es ambigua: entre la confianza, la manipulación y la dependencia. Bandai Namco bordea la ambigüedad sin cuadrar del todo: algunas explicaciones sobran (véase ciertos pasajes de tecno‑exposición), mientras que otros momentos piden más claridad. Pero justo ahí nace la tensión. Porque muchas respuestas se ocultan en la exploración, no en el texto.
Arte para una herida abierta

Pocas veces una dirección artística consigue evocar tanto con tan poco. Shadow Labyrinth no busca lo bonito: busca lo inquietante, lo erosionado, lo que parece estar descomponiéndose ante nuestros ojos. Su estética podría definirse como tecno‑orgánica, una mezcla entre brutalismo espacial, arquitectura alienígena y simbología pixelada que remite directamente a las primeras máquinas recreativas. Sí: Pac-Man está ahí, aunque disfrazado de cicatriz.
Cada una de las zonas del laberinto tiene un lenguaje visual distinto: la cripta de los olvidados, la línea de ensamblaje IA, los nidos de energía fósil… todos ellos definidos por un uso excelente de la iluminación y los degradados. A veces, lo que más impresiona no es lo que ves, sino lo que crees estar viendo. Sombras que se deslizan, estructuras con forma casi humana, cables que parecen nervios… El juego invita constantemente a reinterpretar su propio espacio.
El diseño del protagonista —Espadachín Nº 8— es austero pero lleno de intención. Sin rostro, sin armadura extravagante, sólo una silueta con una capa oxidada y una espada desproporcionada. A su lado, Puck contrasta: luminoso, enérgico, de movimiento inquieto. Su forma redondeada y sus animaciones sutiles le otorgan más carácter del que muchos NPCs tienen en juegos enteros. Puck no habla mucho, pero siempre está.
Y sí, hay homenajes. En ciertos puntos del mapa, si te detienes, las paredes recrean patrones clásicos del laberinto de Pac‑Man, reinterpretados como ruinas o relieves. Pequeños detalles que no interrumpen, pero enriquecen.
Un sonido que muerde desde dentro

Si el arte visual de Shadow Labyrinth es impactante, su apartado sonoro es puro músculo atmosférico. La banda sonora, compuesta por la francesa Mirae Choi, es una amalgama de sintetizadores retumbantes, drones ambientales y pulsos digitales que laten como si el propio laberinto tuviera corazón. No es música para tararear: es música para sentir.
Cada zona tiene su tema, pero todos comparten una textura rugosa, opresiva, con frecuencias bajas que generan tensión constante. En momentos de combate, el tempo se acelera, pero sin perder la identidad. Incluso hay silencios forzados —de esos que te obligan a escuchar tus pasos— que funcionan como picos de inmersión. Hay un instante concreto, en la cúpula de los Excedentes, donde la música simplemente desaparece… y lo que escuchas es Puck respirando. Inquietante. Magistral.
Los efectos de sonido tampoco se quedan atrás: las armas suenan con eco metálico, los enemigos tienen chillidos únicos y los ecos de la espada generan reverberaciones distintas según el tipo de superficie o ambiente. Además, cuando pilotamos el modo GAIA (el mecha), toda la mezcla sonora se distorsiona, como si viésemos —y oyésemos— a través de un cuerpo que no es el nuestro. Inmersión sensorial absoluta.
Rendimiento técnico en PS5

Pese a su ambición artística, Shadow Labyrinth es sorprendentemente estable. En PS5, el juego corre a 60 FPS constantes, incluso en los entornos más saturados de partículas o enemigos. No hemos detectado caídas graves de rendimiento ni tiempos de carga prolongados entre zonas. El sistema de guardado rápido funciona al instante, y las transiciones entre biomas son fluidas y bien animadas.
Sí es cierto que el juego sufre de algún stuttering puntual tras largos periodos de juego sin cerrar la sesión (sobre todo al usar el viaje rápido), pero nada dramático. Y el equipo ya ha confirmado un parche en camino que lo aborda. Tampoco hay bugs críticos: solo algún enemigo atascado o física de cuerpo que se queda flotando, pero se arregla al recargar.
En cuanto a la accesibilidad, se queda corto. Pocas opciones para configurar controles o ayudas visuales, sin posibilidad de adaptar el HUD o ajustar el contraste para daltónicos. Esto se percibe más grave en un título tan oscuro, literalmente. Hay mucho margen de mejora aquí, y esperemos que lo escuchen.
Un metroidvania con cosas que decir

Quizá lo más interesante de Shadow Labyrinth no esté en su gameplay ni en su estética, sino en lo que plantea. Porque sí, es un metroidvania. Pero también es una reflexión —no siempre sutil— sobre el legado, la memoria y la identidad.
El laberinto no solo es un mapa: es una metáfora del sistema. Un sistema que devora, que transforma y que olvida. Puck no solo es un compañero: es lo que queda de un pasado convertido en residuo. Y nosotros, Espadachín Nº 8, somos ejecutores de una función que ni siquiera entendemos del todo. El juego plantea preguntas sobre qué significa “reparar” un mundo, sobre cómo el progreso técnico puede ser también una forma de violencia… y lo hace sin monólogos ni moralejas. Lo sugiere. Lo deja ahí. Y eso es potente.
Hay ecos de NieR: Automata, de Inside, de Axiom Verge. Pero lo que hace especial a Shadow Labyrinth es que, a pesar de todas esas influencias, nunca deja de ser él mismo.
Conclusiones finales

Shadow Labyrinth no es un juego perfecto. Hay tramos donde el ritmo se espesa, decisiones de diseño que pueden parecer crípticas o incluso frustrantes, y una narrativa que nunca se digna a darte certezas. Pero en su imperfección, encuentra su carácter.
Este título no intenta ser el mejor metroidvania de la generación, ni competir en espectacularidad. Su objetivo es otro: reconstruir un legado desde la sombra, rehacer una figura icónica como Pac‑Man para convertirla en un símbolo de pérdida, de memoria digital, de resistencia íntima frente a la automatización. Y, sinceramente, pocos juegos se atreven a algo así con esta elegancia.
A medida que recorres pasillo tras pasillo, mientras Puck vibra a tu lado y los ecos del laberinto se apagan tras tus pasos, no puedes evitar sentir que estás dentro de algo más grande. Algo que, como el propio laberinto, no fue hecho para ti… pero que te necesita para completarse. Y eso, para un medio que a veces olvida por qué jugamos, es todo un recordatorio.
El juego ha sido analizado en PS5.

