Análisis Drag X Drive: una de las apuestas de Nintendo Switch 2 para exprimir a fondo el modo ratón de los mandos Joy-Con 2.
Nintendo siempre ha tenido esa habilidad casi mágica de poner sobre la mesa propuestas que parecen imposibles. Juegos que, en un primer vistazo, parecen más un experimento que un producto comercial. Y, sin embargo, logran despertar la curiosidad de cualquiera. Con Drag X Drive, su primera gran apuesta deportiva para la recién estrenada Nintendo Switch 2, vuelve a ocurrir lo mismo: un título que toma como base el baloncesto en silla de ruedas y lo transforma en una experiencia jugable donde los mandos de la consola dejan de ser simples periféricos para convertirse en ruedas que empujar.
La idea, de entrada, suena a revolución. Y de hecho, los primeros minutos con Drag X Drive son de esas experiencias que difícilmente se olvidan: deslizar los Joy-Con sobre la superficie, sentir la vibración mientras nuestro avatar avanza, calcular el impulso para frenar, girar y lanzar… Todo ello transmite una sensación inmediata de frescura. Pero como suele pasar con las ideas brillantes, el reto está en sostener esa chispa durante horas de juego. Y aquí es donde el título deja claro que no todo es tan sólido como aparenta.
Análisis Drag X Drive: una premisa original hasta la médula

El gran gancho de Drag X Drive está en su concepto central. No estamos ante otro simulador deportivo más, sino frente a una reinterpretación radical del baloncesto. Los partidos son de tres contra tres, en pistas cerradas que recuerdan más a un estadio futurista que a un pabellón real, y la clave está en controlar el movimiento de nuestra silla impulsando los Joy-Con como si fueran ratones. Cada brazo empuja, frena o gira, y esa traducción física es lo que da identidad al juego.
Desde el primer instante se nota que Nintendo quería transmitir algo más que pura diversión arcade. Hay un claro mensaje de inclusión: ponernos en la piel de un jugador que compite desde una silla de ruedas, pero sin dramatismos ni paternalismo. Aquí no hay un subrayado constante de que estamos ante un deporte adaptado; simplemente es así, y la propuesta se centra en lo lúdico. Esa normalización es, en sí misma, un triunfo.
Entre la chispa y el agotamiento
El sistema de control es, sin duda, la gran carta de presentación. Y también su talón de Aquiles. El juego nos obliga a movernos de verdad, a coordinar los brazos y a sincronizar el ritmo para que nuestro avatar responda con fluidez. En pocos minutos, la curva de aprendizaje nos hace sentir que tenemos el control, que podemos encadenar carreras, giros y lanzamientos con naturalidad. Y la sensación, cuando todo funciona, es fantástica.
El problema es que no siempre funciona. El sistema, aunque ingenioso, puede resultar exigente hasta el punto de generar cierta fatiga física. No es un juego para sentarse tres horas seguidas a jugar con amigos; más bien es para partidas cortas, intensas y algo imprevisibles. La precisión de los mandos a veces falla, obligándonos a recolocar la posición, y esa pequeña fricción acaba pesando.
En los partidos, la dinámica es frenética: avanzar, interceptar al rival, frenar en seco, cargar el lanzamiento y encestar. El balón responde bien, los mates y trucos aportan espectáculo y el ritmo general invita a repetir una y otra vez. Pero esa diversión está constantemente amenazada por la ergonomía del sistema. Tras varias partidas, uno empieza a preguntarse si está disfrutando más del juego o luchando contra el control.
Sobriedad con tintes futuristas
Visualmente, Drag X Drive apuesta por una estética limpia y metálica, muy en la línea de un deporte futurista retransmitido en televisión. Los estadios están bañados por luces frías, los jugadores lucen cascos y uniformes personalizables, y todo respira cierta sobriedad. No hay colores chillones ni exageraciones cartoon al estilo Splatoon; aquí la sensación es más seria, más deportiva.
El diseño de los avatares es funcional, aunque algo genérico. La personalización existe, pero se queda en lo superficial: colores, guantes, algún que otro detalle cosmético. Se echa en falta más variedad y, sobre todo, más personalidad. Al final, da igual cómo vistas a tu jugador, porque todos transmiten la misma sensación de “prototipo futurista”.
Eso sí, el juego se mueve con total solidez técnica en Switch 2. Animaciones fluidas, ausencia de caídas de rendimiento y tiempos de carga mínimos. Técnicamente no hay nada que reprochar, aunque artísticamente uno desearía algo más de chispa y carácter Nintendo.
Lo justo para arrancar
El contenido de Drag X Drive se concentra en lo esencial: partidos rápidos 3v3, un modo en línea con ranking, algunos desafíos en solitario y pequeños minijuegos que sirven como entrenamiento disfrazado de diversión. No hay campaña, ni historia, ni torneos estructurados. Tampoco encontramos multijugador local en pantalla partida, algo que sorprende viniendo de Nintendo y de una consola pensada precisamente para compartir experiencias en el sofá.
El título se apoya en su multijugador online como núcleo central. Aquí es donde realmente brilla, porque enfrentarse a rivales humanos convierte cada partido en un caos delicioso, lleno de choques, mates inesperados y carreras imposibles. Sin embargo, tras varias horas la variedad se resiente: los modos no evolucionan, las recompensas cosméticas son limitadas y la sensación de progresión brilla por su ausencia.
Lo que en la primera tarde resulta fresco y emocionante, a la tercera sesión empieza a sonar repetitivo. Y eso es un problema para un juego que pretende sostenerse sobre su multijugador competitivo.
Primeras sensaciones
Tras varias jornadas con Drag X Drive, las conclusiones iniciales son claras:
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Es un título original y valiente, que apuesta por un control diferente y una temática poco explorada.
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El impacto inicial es fortísimo, de esos que hacen que cualquiera quiera probarlo.
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Pero la curva de entusiasmo se desinfla pronto: el control puede cansar, el contenido es escaso y la repetitividad aparece demasiado rápido.
No es, en absoluto, un mal juego. De hecho, tiene destellos de genialidad. Pero da la sensación de que Nintendo ha lanzado un experimento prometedor sin terminar de darle el empaque necesario para perdurar en el tiempo.
Un acompañamiento correcto, sin alardes
El apartado sonoro de Drag X Drive cumple, pero no deslumbra. Los efectos sonoros están bien integrados: cada impulso de las ruedas, cada choque metálico con otro jugador, cada bote de balón y, sobre todo, el eco de los estadios vacíos, transmiten esa sensación de deporte indoor futurista. La vibración háptica de los Joy-Con refuerza cada roce y cada giro, creando un vínculo físico que añade mucho a la inmersión.
La música, en cambio, se siente como un acompañamiento funcional. Son temas electrónicos, con bases rítmicas rápidas que encajan con la tensión de los partidos, pero que rara vez se quedan en la memoria. No hay un tema icónico, ninguna melodía que tararees después de apagar la consola. Y eso es llamativo viniendo de Nintendo, una compañía que suele dejar huella musical en cada proyecto.
Al final, el sonido aquí actúa como un telón de fondo eficaz, pero no como un elemento diferenciador. Está ahí para mantenerte en tensión, pero nunca para protagonizar la experiencia.
Un mensaje de inclusión disfrazado de videojuego
Más allá de lo puramente jugable, Drag X Drive tiene un mérito difícil de ignorar: ha convertido un deporte adaptado en la estrella de un lanzamiento de consola. Y lo hace con naturalidad, sin caer en discursos forzados.
La propuesta nos coloca en una silla de ruedas, sí, pero no como una limitación, sino como el centro mismo de la acción. No se trata de “superar barreras” ni de resaltar la diferencia, sino de competir en igualdad, con intensidad y espectáculo. Eso transmite un mensaje muy poderoso: que el baloncesto en silla de ruedas puede ser tan espectacular y divertido como cualquier otra disciplina deportiva.
Nintendo ha sabido darle visibilidad a un deporte que rara vez aparece en el escaparate mediático, y lo ha hecho con un enfoque lúdico que lo normaliza. No hay dramatización, no hay pena: hay diversión, competición y emoción. Y en un mundo donde la representación en los videojuegos todavía tiene mucho camino por recorrer, Drag X Drive es un paso firme hacia adelante.
Comparaciones inevitables
A lo largo de las partidas, es inevitable comparar Drag X Drive con otros experimentos deportivos que han marcado época. A nivel conceptual, recuerda al impacto que supuso Wii Sports en su día: un juego sencillo, inmediato y pensado para mostrar las posibilidades de un nuevo hardware. Aquí la función es parecida: demostrar el modo ratón de los Joy-Con 2.
También guarda cierta conexión con títulos como Rocket League: un deporte reinterpretado bajo reglas nuevas, donde la física y el control peculiar generan partidas imprevisibles. Sin embargo, mientras que Rocket League cimentó una comunidad competitiva gracias a su profundidad y sencillez, Drag X Drive no consigue lo mismo. El control físico, tan innovador, se convierte en barrera más que en incentivo.
En cierto modo, se siente como un primo lejano de aquellos experimentos de Kinect o Wii Balance Board: ideas brillantes que deslumbraban al inicio, pero que no lograban sostenerse más allá de la novedad. Drag X Drive es más pulido, más sólido, pero comparte esa misma fragilidad: depende demasiado de la chispa inicial.
La fatiga de lo breve
Lo que más sorprende tras varias horas es lo rápido que aparece la fatiga. No solo la física, que es evidente después de muchos impulsos de brazos, sino también la jugable. Los partidos se sienten muy parecidos entre sí, la falta de modos adicionales limita el interés, y la progresión cosmética no basta para motivar a largo plazo.
Es el típico juego que uno quiere enseñar a todos sus amigos, que arranca risas y exclamaciones la primera vez, pero que después queda relegado a la estantería digital. No tiene esa capa de rejugabilidad infinita que define a los grandes multijugadores de Nintendo. Y eso, viniendo de una compañía que suele obsesionarse con el detalle y el contenido, deja un sabor agridulce.
Una idea adelantada a su tiempo
Quizá el mayor problema de Drag X Drive no sea lo que es, sino lo que no llega a ser. El concepto es fascinante: un control innovador, una apuesta inclusiva, un multijugador fresco. Pero el empaque se queda corto, como si estuviéramos ante una versión preliminar de algo que podría crecer mucho más con actualizaciones o una secuela.
Es un juego que parece pedir a gritos un modo historia, torneos estructurados, más estadios, más opciones de personalización y, sobre todo, un multijugador local que permita disfrutarlo sin depender siempre del online. Todo eso falta, y se nota.
Al mismo tiempo, Drag X Drive funciona como demostración tecnológica. Igual que Wii Sports enseñaba cómo mover un mando para golpear una pelota, este título enseña lo que los Joy-Con 2 pueden hacer con su sensor de superficie. Es una declaración de intenciones para desarrolladores y jugadores: “mirad lo que se puede hacer”. Y desde esa perspectiva, cumple con creces.
Conclusiones finales
Drag X Drive es un juego extraño, casi contradictorio. Por un lado, es una propuesta valiente, fresca y con un mensaje social de enorme valor. Nos da una forma de jugar inédita, nos coloca en un deporte olvidado y nos regala unas primeras partidas memorables. Pero por otro lado, es también un título limitado, repetitivo y con un control que puede resultar más cansado que divertido tras un tiempo.
No es, desde luego, el gran estandarte de Switch 2. Pero sí es un experimento valioso, uno de esos juegos que marcan conversación y que probablemente recordaremos más por su osadía conceptual que por su recorrido como multijugador competitivo.
Al final, Drag X Drive es como ese amigo con el que te lo pasas en grande una tarde, pero con el que no te imaginas conviviendo todos los días. Te sorprende, te hace reír, incluso te inspira… pero al poco tiempo sientes que necesitas algo más.
El juego ha sido analizado en Switch 2.