Análisis Soulslinger Envoy of Death
Análisis Soulslinger Envoy of Death: acción, muerte y redención se dan la mano en un videojuego FPS que llega para sorprender con su propuesta jugable.
Hay juegos que se sienten como una bala: directos, contundentes, con un único objetivo en mente. Soulslinger: Envoy of Death es una de esas experiencias. Una obra que mezcla acción, muerte y redención con un estilo muy suyo, a medio camino entre el western sobrenatural y los tiroteos más salvajes que puedas recordar. Un roguelite en primera persona con tintes de filosofía barata, pero ejecutado con el descaro de quien sabe que ha venido a entretener.
Desde el primer momento que puse un pie en la ciudad de Haven, supe que no estaba ante un FPS convencional. Y no por lo que propone —que no es nuevo—, sino por cómo lo dice. Esta historia de pistoleros y almas condenadas podría haber sido una más en el catálogo de Steam, pero hay algo en su crudeza, en su lenguaje visual, en su ritmo sin respiro, que me hizo quedarme. Y seguir disparando.
Bienvenidos al Más Allá: polvo, balas y cadenas
La premisa de Soulslinger: Envoy of Death es tan sencilla como funcional: eres un pistolero que ha muerto, pero que, en lugar de encontrar la paz o el olvido, ha sido reclutado por una organización en la otra vida que se encarga de mantener el equilibrio entre las almas que cruzan al otro lado… y aquellas que se niegan a hacerlo.
Así comienza un viaje en el que cada nivel es un fragmento de purgatorio, un lugar maldito donde las balas hablan más alto que las palabras. Pero si algo me ha gustado del juego, más allá de su loop jugable, es la forma en la que construye su mundo. Soulslinger no se detiene a darte largas cinemáticas ni pretende sumergirte en una trama enrevesada: su historia se va desplegando poco a poco, a través de diálogos crípticos, frases lapidarias y pequeñas viñetas que aparecen entre cada run. No es Disco Elysium, ni quiere serlo. Pero logra crear una mitología propia, coherente, con aroma a whisky barato y espíritu de novela pulp.
Hay una ciudad llamada Haven, un limbo entre la muerte y el olvido. Un lugar donde las almas se refugian, donde algunos buscan redención y otros, venganza. Es allí donde se gesta el verdadero corazón del juego. Haven es tu hub central, el sitio donde mejoras tu equipamiento, donde aceptas misiones, donde hablas con otros personajes… y donde se respira una melancolía constante. Aquí el tiempo no pasa, pero el peso de las decisiones sí.
Disparar o morir: un ritmo frenético
Pero pasemos al núcleo duro: la jugabilidad. Porque si algo hace bien Soulslinger: Envoy of Death es dejar claro, desde su primer tiroteo, que aquí se ha venido a jugar. Y a morir. Y a volver a jugar.
Estamos ante un roguelite FPS, con todo lo que eso implica: niveles generados proceduralmente, mejoras acumulativas, muerte permanente (salvo por algunas ventajas persistentes), progresión desbloqueable… pero con una particularidad: el gunplay. Disparar en Soulslinger es, simple y llanamente, delicioso. Las armas tienen peso, el retroceso se siente, el impacto es contundente. Aquí no hay tiempo para cubrirse o recargar con calma: el juego te empuja hacia delante. Te exige agresividad.
Cada enfrentamiento es un caos controlado, donde debes moverte, esquivar, saltar, deslizarte y acertar tus tiros con precisión quirúrgica. Las habilidades sobrenaturales que obtienes durante la partida —una suerte de “cartas” que modifican tu estilo— añaden una capa táctica muy interesante. Puedes disparar balas que rebotan, invocar espectros que atacan por ti, ralentizar el tiempo o incluso sacrificar parte de tu vida para potenciar tu daño. Todo está diseñado para que cada run sea distinta, y para que siempre tengas una decisión significativa que tomar.
La variedad de enemigos, eso sí, aún tiene margen de mejora. Aunque algunos diseños son muy inspirados —como esos espectros encadenados que corren hacia ti sin miedo—, hay cierta repetición tras varias horas. Pero es comprensible, dado que el juego aún se encuentra en early access. Lo importante es que, pese a ello, los tiroteos no pierden fuerza. Ni intensidad.
Un western con alma dark
A nivel visual, Soulslinger no es un portento técnico. Pero eso nunca ha sido una barrera para que un videojuego tenga identidad. Y este la tiene. Desde los menús hasta los escenarios, pasando por el diseño de armas y enemigos, todo respira un estilo muy marcado: mezcla de western sucio, horror gótico y toques sobrenaturales.
Los escenarios son retorcidos, surrealistas, fragmentados. Hay cementerios flotantes, fortalezas derruidas en mitad del vacío, campos de batalla eternos donde el polvo y la sangre se mezclan con un cielo que nunca amanece. Las texturas, si las miramos con lupa, no son gran cosa. Pero la composición general de cada zona transmite una atmósfera poderosa. Soulslinger no quiere que te fijes en los píxeles: quiere que sientas que estás atrapado en una especie de infierno vaquero del que no se puede salir más que disparando.
La iluminación juega un papel fundamental. Hay mucho contraste, con sombras densas, luces de neón espectral, y una saturación medida que dota de carácter a cada nivel. Todo esto se potencia con una dirección de arte que sabe a lo que juega: nada parece estar vivo, pero todo tiene una historia detrás.
Haven: el respiro entre disparos
Decíamos antes que Soulslinger: Envoy of Death no solo se apoya en la acción, sino que también intenta construir un mundo que invite a quedarse. Y ahí es donde entra Haven. Más allá de ser un simple centro de operaciones, este lugar actúa como punto de anclaje emocional en un título que, por su estructura, tiende al frenetismo y a la desconexión narrativa entre partidas.
Haven no está viva, pero tampoco muerta. Es como un eco del pasado, una ciudad detenida en el tiempo donde el jugador puede respirar, mejorar habilidades, hablar con personajes condenados a una eternidad entre la vida y la muerte… y preguntarse, quizá, si él también está condenado. Las conversaciones que surgen aquí —breves, crípticas, a veces hasta poéticas— son una bocanada de aire narrativo que da sentido a todo lo que pasa después en el campo de batalla.
No esperes aquí sistemas de relación a lo Mass Effect, pero sí diálogos que aportan capas a la historia y que justifican que no solo estés matando por matar. Hay un trasfondo. Hay preguntas sin respuesta. Hay rostros que te miran sabiendo que tú también podrías perderte si cruzas la línea. Y esa sensación de fragilidad, de estar caminando sobre cenizas, eleva a Soulslinger por encima del roguelite promedio.
Progresión con olor a pólvora
El sistema de progresión está dividido en dos vertientes muy claras: la evolución dentro de cada run y las mejoras persistentes entre partidas. Es una fórmula que hemos visto antes —y que funciona—, pero aquí se implementa con cierta personalidad.
Durante las runs, vas obteniendo “cartas” que representan habilidades activas o pasivas, modificadores de daño, poderes especiales o cambios sustanciales en tu movilidad. Las hay más directas (como añadir daño explosivo a tus balas) y otras más arriesgadas, como aquellas que alteran el comportamiento de enemigos o tu salud máxima. Lo interesante es cómo estas cartas interactúan entre sí, generando builds que pueden ser tan letales como inestables. El equilibrio entre riesgo y recompensa está muy bien medido.
Al volver a Haven, puedes usar la esencia recolectada para mejorar estadísticas permanentes, desbloquear nuevas cartas, ampliar tu repertorio de armas o activar bonificaciones pasivas que suavicen un poco la dureza del roguelite. Aquí no hay concesiones injustas: cada mejora cuesta y te obliga a tomar decisiones. ¿Mejorar la salud o aumentar el daño crítico? ¿Invertir en habilidades o en resistencia? Esas pequeñas elecciones van definiendo tu estilo de juego, y eso hace que cada jugador construya su propio pistolero del más allá.
Una banda sonora de ultratumba
El sonido en Soulslinger es un personaje más. La banda sonora, con influencias de western, sintetizadores oscuros y tonos industriales, acompaña la acción con un ritmo marcado, pero nunca molesto. No busca robar protagonismo: se adapta al momento. A veces es casi un susurro, otras una marcha marcial que te impulsa a matar sin piedad.
Los efectos sonoros de las armas son simplemente brillantes. Cada disparo suena seco, violento, final. El juego hace un trabajo excelente en transmitir la contundencia del armamento, algo vital en un FPS. Cuando disparas una escopeta a quemarropa, la pantalla tiembla lo justo, el sonido explota en tus oídos y el enemigo vuela por los aires. Y eso, en un roguelite donde repetirás la acción una y otra vez, es clave: que nunca pierda impacto.
En cuanto a voces, encontramos un doblaje en inglés funcional, con ciertos toques teatrales que encajan bien con la ambientación sobrenatural. Algunas líneas rozan lo cliché, pero otras sorprenden por su contundencia lírica. Como si los muertos tuviesen mucho que decir, pero pocas oportunidades para hacerlo.
Entre la muerte y la memoria: ¿qué nos deja Soulslinger?
Jugar a Soulslinger: Envoy of Death es como cabalgar por un sueño febril en mitad de un páramo eterno. No es un juego perfecto, ni lo pretende. Su estructura aún está en construcción, sus pilares no están completamente nivelados… pero lo que ya está ahí late con fuerza.
Y es que lo más interesante de Soulslinger no es su propuesta jugable, que ya de por sí funciona y divierte, sino su atmósfera. Esa mezcla de western espiritual, demonios interiores y disparos afilados como remordimientos lo convierten en una rareza magnética. Porque entre tanta propuesta clónica de acción procedural, este título de Elder Games y Headup Games consigue lo más difícil: tener personalidad.
Quizá en otro contexto no destacaría tanto. Quizá, si le quitásemos ese envoltorio tan suyo, pasaría desapercibido como un roguelite más. Pero no es el caso. Aquí hay una voz, un enfoque artístico y narrativo que, sin ser rompedor, sí resulta evocador. Aquí hay un intento —honesto— de construir algo que hable del dolor, del arrepentimiento, de las segundas oportunidades… pero con un revólver humeante en la mano.
Conclusiones finales
No podemos ignorar el contexto. En 2025, el género roguelite vive una sobrepoblación creativa. Hay docenas de propuestas cada mes. Desde pixel art minimalista hasta triple A disfrazados de indie. En medio de ese maremágnum, Soulslinger entra sin hacer ruido, pero con las ideas claras: acción en primera persona, progreso significativo y una ambientación poco explotada.
Sí, hay ecos de Gunfire Reborn, de Ziggurat, incluso de Immortal Redneck, pero donde aquellos iban hacia la ligereza y el frenesí arcade, Soulslinger apuesta por algo más oscuro y narrativo. Un tono más maduro. Una experiencia que no solo quiere que pulses rápido el gatillo, sino que también te preguntes por qué lo haces.
Y eso, aunque no siempre le salga redondo, es de agradecer.
El juego ha sido analizado en PC.